Infecciones y comportamiento enfermizo

fiebre gripe

El interior del organismo es básicamente estéril, nuestros líquidos corporales no poseen más elementos vivos que nuestras propias células. El exterior, por el contrario, se encuentra plagado de microorganismos, distintos virus y bacterias pueblan nuestras superficies corporales, la piel y el intestino (el intestino es exterior, aunque intuitivamente puede parecer lo contrario) son auténticos ecosistemas rebosantes de vida, también la parte más superior de nuestro aparato respiratorio (faringe) se haya expuesta a tremendas cantidades de microorganismos y es por ello mismo que poseemos auténticos acúmulos de células del sistema inmunitario que vigilan y mantienen a raya los microorganismos de la zona, los acúmulos inmunológicos de nuestra faringe son lo que conocemos como amígdalas, en el intestino también hay “amígdalas”, acúmulos linfoides, lo que ocurre que no los vemos (y que se les llaman de otra forma). En la piel el sistema inmunológico está repartido de forma algo más difusa, las células inmunológicas de la piel lo que hacen es viajar hasta otras zonas de cúmulo linfoide, que son los ganglios linfáticos, algunos de los cuales los puede palpar usted mismo debajo de la parte más lateral de su mandíbula.

Hablamos de infección cuando uno o varios microorganismo proliferan más de lo que resulta “normal”, algunos microorganismos (sólo algunos) poseen formas de dañar nuestras células y desencadenar por tanto una necrosis y una inflamación. Otros atraen el sistema inmune directamente con las moléculas que exhiben en su exterior.

Hemos dicho que la parte más superior del aparato respiratorio se halla plagada de microorganismos que controlan la proliferación de los microorganismos, por tanto hasta cierto punto podríamos decir que en esta zona existe una inflamación constante aún en condiciones normales, esta “inflamación fisiológica” puede incrementarse si la proliferación de microorganismos es excesiva, entonces el sistema inmune debe detectar el suceso y atraer compañeros para controlar la situación, si el suceso es lo suficientemente intenso es posible que empecemos a percibir que algo ocurre en la zona, es posible que percibamos dolor en la faringe (dolor de garganta).

Las proliferaciones exageradas de microorganismos junto a la detección del suceso por parte del sistema inmune acompaña otras manifestaciones, el conjunto de manifestaciones las podemos llamar comportamiento enfermizo. El sistema inmunológico, cuando se activa, debe comunicarse con sus compañeros para ponerse de acuerdo donde y a qué hay que atacar, para ello usa lenguaje molecular, algunas moléculas que se llaman citocinas son secretadas y  vertidas a la sangre, y algunas son capaces de estimular terminales nerviosas, el cerebro está alerta de las señales del cuerpo y si detecta en sus mapas corporales un patrón funcional de enfermedad, imprime al sujeto un comportamiento adecuado a la situación. Efectivamente, cuando sufrimos una infección, nuestro pensamiento, nuestro humor, nuestra personalidad y en definitiva nuestro yo cambia, cuando hay un problema serio del que ocuparse el cerebro deja de focalizar la atención en estímulos placenteros como la comida o el sexo o la actividad lúdica. Desarrollamos en definitiva un comportamiento y una personalidad enfermiza.

Este comportamiento enfermizo parece ser que explica hasta cierto punto el sufrimiento de personas que padecen cáncer o también depresión, en ambos casos (tan distintos en sus causas), el sistema neuro-inmune se haya alerta y secreta un patrón de moléculas similar al que encontramos en enfermedades infecciosas.

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